martes, 4 de mayo de 2010

[Primer cigarrillo]


Para Martín la mañana no empezaba con el sueño vívido, ni con el repetitivo despertador en midi, sino con el momento en que su cara se enfrentaba al espejo. Sus párpados estaban casi cerrados, y él se despertaba con la sensación de que cada uno tenia un peso considerablemente mayor al que tienen los párpados comunes, siempre pensó que había sido un error circunstancial en su nacimiento, como un error de redacción en una carta, una puntuación desfasada, o un mal uso del género másculino y femenino en las palabras, la gente no lo nota mucho, pero está ahí.

Luego veía su pelo, rojo y alborotado. Se preguntaba por qué amanecía tan despeinado, no se movía mucho al dormir, ni que el espacio de la cama se lo permitiera y después de analizarlo un poco, la respuesta más convincente consistía en antribuírselo a las hadas.

Siguió repasando sus facciones sitemáticamente, una por una intentó memorizarlas y se desnudó. Se metió a la ducha y sintió la baldosa gélida, amenazante, palpitante. Abrió la llave un poco, se oía el sonido del agua venir, era inminente. Adelantó el sufrimiento al abrir la llave por completo, el agua cayó y un temblor le recorrió todo el cuerpo. Respiraba con dificultad mientras llegaban recuerdos aleatorios de la canción que sonaba en la radio, la que se odia pero se canta, del sabor de la sopa de fideos que viene en sobre y del olor de los confites de limón.

Después de haber llevado a cabo el proceso común: shampoo, jabón, repita y enjuague, se secó con una toalla verde y procedió a vestirse. Hubo un salto, cuando volvió a abrir los ojos estaba bajando las escaleras y aceptando que estos saltos, comunes en la rutina, se volverían algo rutinario también. Cuando llegó a la puerta ya estaba un poco más consciente, e iba dándose cuenta de que había desayunado huevos y de que se había tomado dos tazas de café. Abrió la puerta.

Se abalanzó sobre la calle azul y fría, saboreando la sangre que cepillarse con tanta fuerza le había dejado en la lengua y caminando con su portafolio en la mano. Llegó a la parada de bus y se sentó. Sabía que lo necesitaba, era inevitable, llevaba años cuestionándose el hábito todos los días, nunca importaba lo suficiente. Llamó al vendedor ambulante que hace tiempo le estaba mirando y compró un cigarrillo. -¿Tiene candela?. Requirió varios intentos para hacer funcionar el encendedor, cerca de seis, diría el vendedor si le preguntáramos, pero al fin fumó, como todos los días, fumó.

(Una idea vieja, abordada de forma diferente)

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