domingo, 29 de agosto de 2010

Onírica... ¿Orinada?



Mire: si yo cuento esto es porque no tengo de otra, porque esa gente es mala y no se anda con rodeos, sobre todo cuando está en juego algo tan crucial.

Todo comenzó la tarde de un domingo, el aire estaba pegajoso, irrespirable, y la vida se hacía odiar. Es de esperarse que cuando una persona, especialmente uno mismo, se propone realizar cualquier acción -dormir, por ejemplo- todos los elementos relacionados con la realización de esa acción se tornen adversos. Este era mi caso; el ruido de los carros, de los perros y de los televisores anunciando las muertes de la hora, junto con un clima de arrancarse la piel y la imposibilidad de encontrar la altura adecuada para mi cabeza, utilizando todo tipo de combinaciones de almohadas y piruetas, me mantenía lejos de obtener el preciado sueño que me había prometido hace ya varias semanas.

A este infierno se le sumaban los constantes pensamientos de la vida cotidiana, la responsabilidad constante con un todo, las deudas, las citas, y los impuestos. Nadie hubiera tenido derecho a culparme si en ese momento me hubiera parado y hubiera metido la cabeza al microondas en modo cocción. Pero suicidarse era demasiado fácil, por lo que en vez de eso decidí pararme e ir al baño. Después de beber un agua que me supo a treinta y tres mil doscientos cuarenta y tres besos de ninfa -la sed es cosa brava-, sentí a mi vejiga en apuros, y no tardé en tomar la decisión de liberarla de su carga. Lo que pasa es que yo soy muy inteligente, a veces leo libros y todo eso.

Algo raro ocurrió, algo increíble, pero del increíble verdaderamente in-creible, no el increible que se usa hoy para cualquier cosa extraordinaria, sino literalmente, la palabra con toda la fuerza y significado que podía traer con sí. Yo sé que puede ser un poco incómodo que venga yo a contarle de algo que pasó mientras orinaba, entonces es necesario que usted entienda la naturalidad de este hecho y derribe los tabúes que pueda tener en cuanto al tema. ¿Está bien? ok, continúo.

Mientras yo dejaba caer el líquido en la taza del sanitario mi atención estaba completamente dispersa, como es de costumbre, pero un par de segundos más tarde algo comenzó a brillar con una intesidad que hubiera podido jurar, era igual a la de un aviso de neón. No daba crédito a mis ojos, entre más orinaba, más fuerza adquiría la luz y yo no sabía si salir corriendo a contarle a un periódico amarillista o aceptar que había perdido por completo los cabales. Cuando terminé la taza seguía brillando, era algo hermoso, como si una estrella se hubiera mudado a la casa de al lado y me estuviera trayendo un pastel para presentarse. La verdad es que no sé cuánto tiempo pasé mirando fijamente éste fenómeno, sólo estoy consciente de que ese día no fui a trabajar y de que me salté una comida. De una manera inesperada la luz comenzó a dar forma a varias imágenes que se elevaban a la altura de mi cabeza, eran algo confusas y ahora sólo puedo recordar unas pocas, pero en un momento estaba yo, o bueno, esa imagen de mí mismo, volando por todo el baño con los brazos extendidos. Y de pronto ¡Plaf!, ya no había nada y de nuevo el baño volvía a sus cualidades viejas de no-mágico y aburrido. ¿Uno qué hace después de algo como eso? eso me pregunté, pues la verdad, ninguna acción parecía adecuada para lo que yo acababa de experimentar. Me senté en el estudio a desarrollar teorías, busqué en la internet respuestas, e incluso pasé por unos momentos en los que me considere un nuevo profeta o mesías, pero nada lograba contestar satisfactoriamente la cantidad ridícula de dudas de las que yo me encontraba hecho en ese momento.
(Esto sigue, el día que siga)

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