lunes, 17 de enero de 2011

Escribiendo en tiempo real.

(No, baboso, tiempo de mentiras) (Usted sabe lo que yo quiero decir)

[Hay que intentar algo nuevo, voy a escribir un pedacito de esto cada tanto, si algún día desaparece es porque estornudó Dios.]


El mundo tembló.
Señor, ya puede pasar, dijo una voz amable.

No me di cuenta que me había dormido hasta que el momento en el que abrí los ojos me despertó.

Me levanté de la fila de sillas verdes y seguí a la voz amable que andaba en bata blanca, y que por los azares de la vida, o simplemente un llamado del deber innato a mantener los estereotipos en rigor, llevaba un estetoscopio colgado al cuello.

El pasillo por el que caminábamos estaba reluciente, blanco, y olía a esterilizado, a muerte. La gente se paseaba con cara de todos los días, como si fuera un lunes cualquiera de volver a la oficina, llenar formas y llamar clientes en vez de estar empezando turno en un sanatorio. Maravilloso cómo se puede acostumbrar uno a cualquier cosa, me imagino que si mañana revivieran los dinosaurios al mes estaríamos pasándolos de lado como el tipo ése que pide limosna en la esquina.

Mientras la marcha seguía pude ver cómo se avecinaba la inevitable interrupción del silencio. Me miró de reojo, y tras ver que no era un monstruo intergaláctico dijo: No lo tenemos aquí porque sea peligroso para otros, lo que nos preocupa es su propia seguridad. Es muy amable de su parte de su parte recibirlo, ¿Es usted pariente?

No, soy un allegado de su prima, me pidió el favor que cuidara de él un par de meses hasta que llegara de Noruega, verá, ella trabaja en investigaciones en las que nunca me he interesado lo suficiente como para preguntar sobre ellas, dije, o eso creo, no se puede esperar que tantos años después me acuerde de las palabras exactas.

La puerta fue abierta por una fuerza sobrenatural -o la mano del doctor- y ahí lo vi por primera vez, sin saber, porque uno nunca sabe antes, si uno supiera antes se suicidaría. Bueno, los voy a dejar un rato a solas mientras voy por las diligencias pertinentes para que puedan salir lo antes posible, dijo el señor con bata.

Estaba recostado en la camilla, pijamas de avioncitos comiéndose un yogurt de fresa con probióticos, me acuerdo porque olía de lejos, y yo detesto el olor del yogurt. Era viejo, entre los sesenta y los setenta, se estaba despidiendo de los últimos pelos en su cabeza -literalmente, le estaba diciendo a cada uno bellos mensajes de apoyo, que hay muchas cosas más allá de la vida junto con otras cosas absurdas- y esperó bien hasta terminar su manjar para advertir mi presencia.

Volteó a mirarme de una manera tan repentina que hubo un rastro de vértigo en mi pecho, los ojos azules le brillaban como si fueran de vidrio, ¿Usted quién es?, preguntó .

No hay comentarios: