viernes, 16 de diciembre de 2016

57

Esa noche Milton estaba triste. Lo habían drogado otra vez en una de sus rutas. El problema no era perder los contenidos de su billetera: era un riesgo que él asumía cuando recogía mujeres desconocidas en la carretera. Le carcomía la cabeza no recordar si había alcanzado a agarrarle las tetas a la rubia antes de perder el conocimiento. Las burlas tomaron su lugar como acto protocolario, y después de un rato cada uno volvió sobre su empanada, morcilla, chicharrón o aborrajado correspondiente.
Por esa vía solo pasaban los más rudos, los más rotos. Sólo quienes no tenían una familia que los extrañara, o sabían que no serían extrañados por la que tenían. Ahí, en medio de la carretera 57, estaba el parador de doña Magola, cuya fachada correspondía a la de los hombres y la comida que allí se servía.
Llegó esa misma noche, nadie entendía de dónde, y no necesitó mucho para que todos quedaran estúpidamente enamorados. Tenía la felicidad colgando de la cola, y aunque muchos pretendieron indiferencia al principio, en un par de días la perrita ya era declarada como reina del paradero. Las cosas fueron llegando: boles para el agua y la comida —¿cómo iba a comer concentrado, si la comida era tan rica?—, una cama y sábanas para protegerla del frío, y cosas cada vez más ridículas, a medida que se iban cubriendo sus necesidades básicas. Un juguete con luces y sonido, un impermeable para cuando lloviera, un hueso vegano; los regalos llovían sobre ella como las desgracias sobre la vida de los hombres.
Las peleas dejaron de ser por malas miradas o demostraciones de hombría y adquirieron el tema del cuidado de Lorena —bautizada con nombre de humano por la difunta madre de Ferney—, todas llevadas a término con el tacto de un ágora milenario. Lo último que había llamado la atención de los ponentes era el creciente vientre del animal. Estaba embarazada. Retando toda posibilidad, los cuidados y mimos de los camioneros aumentaron. “Se están gastando más plata en esa perra vieja que en lo que me compran, la voy a tener que echar”, dijo doña Magola un día, riéndose. Todas las miradas se clavaron en ella y Beto le dijo “Usted que nos echa a Lorena, y nosotros que no volvemos a poner un pie en este cuchitril”. Doña Magola no volvió a proferir palabra contra ella.
Cuando tuvo sus seis crías, negras como la carretera e idénticas a su madre, todos se dieron a la tarea de encontrarles hogares mejores que los sufridos en sus propias infancias. Terminadas las entrevistas exhaustivas y convenidos los hogares, aseguraron su decisión con visitas periódicas a los hogares de los cachorros según su distribución por las ciudades principales. Sólo quedó Lorena, ídolo de sus amores, recibiendo a saltos a cada uno de los muchos amos que pasaba por la puerta del paradero.
En la noche de Agosto 16 —ninguno lo olvidaría—, se dio fin a un paro camionero de más de mes y medio. Las tractomulas, ante las demandas aceptadas por el gobierno, se tomaron las carreteras del país con el propósito de llevar toda la mercancía perecedera posible antes de que se añadiera a las toneladas que se habían perdido desde el inicio del paro.  Los embotellamientos fueron tales, que muchos incautos decidieron tomar la 57. Debido al desconocimiento de las irregularidades del terreno, la mala iluminación y las curvas suicidas, hubo 64 accidentes esa noche en todas las carreteras del país. 2 ocurrieron sobre la 57.

Esa noche sólo estaban Milton y Jeffri. Habían recibido una comisión jugosa por parte del comité de negociación. Los demás corrían en el frenesí de entregar a tiempo. El último de los pensamientos de Milton al escuchar la colisión fue sobre el bienestar de su vehículo. Miró alrededor con instinto maternal: no se escuchaban jadeos ni se veía la mancha. El pecho se le cayó de un décimo piso. Después, con unas lágrimas que no cabrían en ningún camión, y con el vestigio de Lorena en sus brazos, le diría a Jeffri, “¿Sí ve, hermano? Por esto es que uno no debe encariñarse con nada”.

[Como para celebrar los dos años de inactividad]

No hay comentarios: