domingo, 7 de febrero de 2010

Cereza, cereza, cereza.


Ella siempre está ahí, como la sensación de que alguien está leyendo el libro que tengo por encima del hombro. Cree que yo no sé, pero yo sí sé. Lo más probable es que ella no lo sepa.

Ha dejado sus aroma estrategicamente en los frasquitos que contienen olor a ella, en el viento que entra por la puerta y me rasga la cara. Todo eso para que cuando me encuentre en el momento de asociación Olor-Recuerdo, Recuerdo-Su pelo empiece la pérdida de voluntad.

Empiezo desvariar, y veo galletas de animalito que se escapan, no se atrapan, no se pueden atrapar, sólo se escapan y la buscan, sin pena de subirse a los sombreros de la gente ocupada o a los costales de los tan abrazables recicladores.

Fácilmente se puede imaginar la cantidad de problemas que conlleva quererla tanto. Cada órgano busca empujarme los huesos, cada hueso busca empujar los órganos y es lo mismo a nivel atómico. ¿Por qué me tomo tantas molestias? No sé. Tal vez es algo como inevitable, parecido a respirar o a enamorarse del momento en que los hombrecitos del semáforo comienzan a moverse muy rápido. Pobrecitos, tan cansados.

Suena egoísta ¿No? yo te quiero, acá al lado mío, te quiero mía, sí, para mí. Como querer que llueva para ver si las tasas de crimen bajan, o querer que vos me querás así, con ganas de llevarme en el bolsillo y estar revisando cada cinco minutos que no me haya caído, o que no te haya manchado de tinta.

1 comentario:

Bel dijo...
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