viernes, 24 de junio de 2011

Asintota

Esa noche París me sabía a nostalgia, a libro mal traducido y bien pagado, o vice-versa. Por las calles había deambulado en búsqueda de nada, queriendo ser tragado por la ciudad del amor. Por cierto ¿A quién se lo ocurrió llamarla la ciudad del amor? Como si el amor no pudiera ser igual o mayor en cualquier ciudad.

Menos mal estaba en Londres y hacía frío.

Iba caminando tranquilamente, con la pipa en la boca mientras buscaba los cerillos, el frío me asaltaba las extremidades y la luna estaba ahí, sin hacer nada, como siempre. "Qué tontos son los poetas" pensaba, "escribiéndole poemas a un gran trozo de roca blanca, me pregunto qué habrá hecho ella por ellos para que estén todo el día tirando lágrimas y sonetos sobre lo supuestamente hermosa que es. Las estufas, las medias y los retretes, esas sí son cosas merecedoras de todos los poemas del mundo". Los encontré -los cerillos, para los que no pueden terminar un parrafo acordándose de cómo empezó- y encendí mi pipa. Acto seguido los volví a guardar.

Serían aproximadamente las tres de la mañana, y la calle estaba sola, lo único que quebraba el frágil silencio eran mis pasos y un borracho en la lejanía cantando canciones de pirata.

Me di a la tarea de pensar en qué iba a pensar hasta que llegara a mi casa, pero un movimiento en la distancia inyectó una cantidad razonable de adrenalina en mi ser. Hay que tener en cuenta que lo más razonable en ese lugar y a esa hora sería tenerle miedo a cualquier cosa que se mueva. Pudo haber sido un conejo o el hada de los dientes, y de igual forma mi reacción hubiera sido la misma.

La silueta con sombrero estaba caminando y paró tan pronto advirtió mi presencia. Mis acciones fueron un reflejo exacto de las de él, pero no por la bizarra intención de jugar todo el tiempo que me caracteriza, sino por algo innato, un instinto de supervivencia que tomó control de mi cuerpo.

Entonces di media vuelta, ya que mis ganas de vivir no se andan con disimulos ni rodeos, y comencé a caminar. Segundos después el sonido de pasos que no eran los míos supuso un incremento de velocidad en mi ritmo. Sé que es un paradigma, eso de comenzar a andar más y más rápido hasta llegar al punto de correr cuando se está siendo perseguido, pero no es un artificio para aumentar la tensión, no señor, lo que pasa es que uno siempre guarda la esperanza, hasta el último momento, de que el perseguidor no esté en realidad con la meta de darle alcance a uno. "O tal vez se canse, o tenga una pata de palo que le impida correr" reflexionaba yo de manera desesperada "A lo mejor tiene alto colesterol y le va a dar un infarto justo ahora".

Lamentablemente mis esperanzas se vieron resquebrajadas al notar que me estaba igualando en velocidad. No iba a poder por mucho más, mi estado físico era deplorable, quería parar y rogar por mi vida, o al menos morir con un poco de aire en mis pulmones que me permitiera gritar antes de que mis ojos perdieran brillo.

Tropecé, no con un escombro, ni con un agujero, tropecé con el mismo piso, mi pie no supo responder y me elevé. Mi vuelo fue corto, pero no por eso menos libre, vi todo con muchísimo detalle: el pavimento mojado, el pavimento mojado y el pavimento mojado. No había nada más. Y llegó el dolor, caí y me deslicé unos centimetros por el piso, me quedé un par de segundos con los ojos cerrados para asimilar el ardor, y luego vi mis manos rojas y goteando sangre.

La silueta ya estaba parada al lado mío, respirando de manera apresurada y transpirando generosamente. Había perdido sus cualidades de sombra, y pude distinguir sus rasgos: piel oscura, sin llegar a ser negra, pelo crespo y barba corta poblando toda su mandíbula. Sepa usted, que nadie me ha contratado para llevar a cabo esta tarea, es algo que sale completamente de mi buena voluntad y que, espero, usted sepa apreciar, dijo. ¿Quién es usted?, le inquirí casi gritando de la excitación. No sé, respondió, y sacó de su abrigo un cuchillo de proporciones magnas, brillante, reluciente y ávido de ser usado -supuse yo. Esperé lo peor, me arrepentí de mil cosas y cerré los ojos. Nada pasó. ¿Esto es suyo? Preguntó. N-n-no... respondí. Muy bien, entonces se lo regalo, tenga una buena noche. Acto seguido tiró el cuchillo al piso y se fue silbando As time goes by. Yo esperé hasta perderlo de vista para irme casi corriendo hasta mi casa.

Entré, colgué el abrigo junto con el sombrero y puse a calentar agua en la tetera. Estaba absolutamente perplejo, la naturaleza de lo que acababa de ocurrir se mantenía todavía inexplicada, y no daba signos de acercarse en lo más mínimo a algo infinitesimalmente comprensible. Bajo la premisa de "Pude haber muerto esta noche" pensé en muchas cosas mientras esperaba a que amaneciera. Después de un tiempo de preguntas existenciales y dudas teológicas, después de haber observado el cuchillo y habérmelo aprendido de memoria (El lector se preguntará "¿Qué hay para memorizar en un cuchillo?", y es una falla mía no haber mencionado antes que el cuchillo además de ser muy grande era verdaderamente hermoso, con grabados en latín en el mango de cedro)y después de darme cuenta que había dejado caer mi pipa me fui a dormir.

3 comentarios:

Nisemapi dijo...

Falta la s en duda teológicas.

Katenkos dijo...

Gracias.

jkdfhhkh dijo...

Solo en parte como recordatorio o también como motivación si es que la vale, eso dá para un cuento de veinte páginas.